El sitio de Kelany
Kelany es el nombre de la casa en la que se refugia Conrado Monleón Jr., que "debía de medir un metro ochenta y tenía la consistencia de un pan bien horneado". La convierte en una fortaleza y trata de protegerse allí en compañía de un par de guardaespaldas, un cocinero parco, un administrador de habla estrafalaria y de Sandra, por la que se siente atraído pero de quien también recela. Cuando los sucesos que finalmente ocurren privan a Kelany de su dueño, la finca es alquilada por un nuevo personaje que, hurgando en los secretos del antiguo morador, termina casi confundién-dose con él.
De la urdimbre entretejida con ambas historias emergen interrogantes que otorgan varios grados de li-bertad al lector: ¿De qué se defiende Monleón? ¿Qué miedos subyacen en sus obsesiones? ¿Qué hacen y deshacen, del otro lado de la cerca, esos hombres "lerdos y obedientes como enanos de bosque seducidos por una princesa automática"? ¿Qué claves, tal vez más abarcadoras, insinúa o escamotea el autor?
Estupendo creador de climas, constructor de formas refinadas, Marcelo Cohen no termina de sorprenderme por la certera inventiva de sus analogías y metáforas: "Monleón se pasó la lengua entre los labios y con un leve quebranto volvió a cerrarlos secos, como si llegando a los confines de un desierto hubiera encontrado otro más grande"... "Algo le entró por los oídos para lijarle los huesos desde el esternón hasta las tibias"... "El cariño es viscoso: cuando le escamotean la piedra donde se había adherido segrega ardores sin destilar"... "Era una satisfacción aparejada a la pena, como una lámpara con un bicho quemado"...
Pero no quiero ser imprudente. Raymond Chand-ler ha dicho que su reacción ante los comentarios elo-giosos de las cubiertas es negarse a tener ningún tipo de contacto con el libro embutido en ellas. Así que abre-vio por si acaso los elogios y termino esta contratapa aquí.